jueves, 16 de febrero de 2012


Cosimos una muralla para protegernos el uno del otro, resultando ser lo más contraproducente que jamás se haya hecho. El enemigo estaba en casa, nosotros mismos. Un corazón empapado en ron comenzaba a plantear la posibilidad de un armisticio. El humo que no se disipaba, y yo sin atreverme a pedirte que cruzaras esa maldita acera que separaba mi invierno de tu primavera. Cuélate dentro, sé mi vitamina, una pequeña parte de mi equipaje. Tu cama o la mía, la excusa perfecta de mis buenos días.
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Escribir con la mente en primavera, el mejor jarabe para una tos que parece no tener fin en este gélido invierno.