Escuchó su nombre y se giró. Allí estaba, postrada delante de él, temblando como un flan y con más dudas acumuladas que vísperas de Nocheviejas escribiendo propósitos (de espera). Entre titubeos aceptó jugar una más, “todo o nada”, susurró. Incapaz de percibir los instantes decisivos, no había cambiado nada, todo igual. Jugaban a transformar leves sonrisas eclipsadas por lapsus de tiempo, aferrándose a cualquier clavo ardiendo que pudiera penetrar algo de calor en sus frescos y, a la vez, consumidos cuerpos. Arrebatos delirantes, como el que tiene hambre y sed de justicia y no doblega su espada, desconcertante. Complicada ella, atrevido él. Seguidamente, encendió un pitillo con la lascivia que la caracterizaba, se quitó el guante derecho y recogió las cartas.
***
- - Podría aventurar un magnífico final, pero es de madrugada y hace frío. Mejor descansar.
No hace falta aventurar un final. está perfecto.
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