Dejadme a mí con mis guerras, ser la protagonista del edén exótico prometido, rezar a la banalización de lo más salvaje, el culto del erotismo nacido de una leve sonrisa, del gesto más casual encontrado a la vuelta de cualquier esquina. Dejadme que golpee teclas o aniquile lápices hasta saciarme de esta sed, la vehemencia de los que viven sin atender a los protocolos o dictámenes de los relojes de terceros, que devuelven a las piernas la reivindicación de la individualización de sus pasos. Dejadme, en definitiva, dibujar charcos en verano.
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