domingo, 4 de marzo de 2012


La ciudad es mía, o esas son las pretensiones. Tirar de la cisterna tras haber arrojado dos cajas de ibuprofeno y otras tantas de ansiolíticos por el retrete. El remolino que golpea cada kilómetro a la espalda, todas las almohadas  marcadas con restos de rímel y pintalabios, las mañanas de resaca, el puñado de noches escuchando rock mal sintonizado, el mejor antídoto, la antibiblia para la rutina del asfalto. Heroína a descaro bajo la luna. Los mensajes a deshoras que escupen las verdades que el sol sonroja. Desinhibirme, ser yo misma con quien sea, con quien quiera. Recordar mi puño estrellado contra la pared, escupir, reírme de mi misma, de ti, de la crisis, de las colas del INEM,  de todos y de todo. Empezar después de un punto final.

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