jueves, 2 de septiembre de 2010

Carta a una ciudad


     Tampoco las despedidas se hicieron pensando en mí.  Confieso mi adicción por explorar y recorrer nuevos senderos, también aquello de caer abriendo círculos cerrados.
De ambición y egocentrismo se envicia el que se cree imprescindible e irremplazable, es por eso que yo, una vez asumida mi existencia como algo efímero y no vital para los demás, echo a andar. Por si acaso sollozaras, te queda el consuelo de saber que mis baúles, aquellos que tú llenaste, no están condenados a ser enterrados y sepultados. 

     Conoces mi afición, casi ritual con tintes maníacos, de no deshacer nunca la maleta. Siempre me abrumó la sensación de pertenencia. Que sólo la cierro para ir a otro lugar, la abro y  la lleno aún más. También sabes de mi frialdad, esa con la que intento revestirme, pero que, una vez más, se ha fundido con tu abrazo de bienvenida… ¡había olvidado esa fuerte sensación de ardor! Tú, sin embargo, en poco o en nada has cambiado, sigues igual de sonriente y viva, tal como te dejé. 

    Llegó el momento, despedidas a pie de arcén,  Ray Ban que ocultan mis flaquezas y otro abrazo, pero de los de verdad, de esos negados a dar cobijo a un adiós, pues de antemano saben que volverás. Ahora, permíteme que llene mi maleta un poco más, yo a cambio te prometo no deshacerla, que cuando menos te lo esperes estoy de vuelta.

2 comentarios:

  1. Es una de esas ciudades que saben perdonar. Seguro que es por eso que me gusta tanto! :P

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